Arqueología profética

La exposición se presentó en 2014, en el Museo de Arte de Bayamón, Puerto Rico.
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APERTURA • 27 de marzo de 2014 • Museo de Arte de Bayamón, Puerto Rico

ENCUENTRO ENTRE ARTISTAS Luis Hernández Cruz Carmelo Fontánez Nora Rodríguez Nick Quijano Cecilio Colón

ENCUENTRO DE PINTURA Y POESÍA Elsa Tió pronuncia su ensayo, Las cruces de Cecilio Colón se clavan en la memoria.

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LAS CRUCES DE CECILIO COLÓN SE CLAVAN EN LA MEMORIA

Ensayo de la poetiza ELSA TIÓ, como introducción al ENCUENTRO DE PINTURA Y POESÍA.


Las cruces de Cecilio Colón Guzmán se clavan en la memoria, nos humanizan y fortifican ante un mundo cada día más indiferente, más apático, más lejano de su propio corazón, más necesitado de semillas.

Estas cruces de la memoria son para que no olvidemos el calvario que sufre la naturaleza. Son cruces que redimen y alertan sobre los graves peligros, pero simultáneamente, en sus formas y colores traen un mensaje de esperanza, que dan aliento de vida.

Por ello este conjunto unitario de sus pinturas nos resucitan el gozo, la fuerza, la pasión, la lucha, desde sus “Diez cielos”, desde sus “Surco de nubes”, y el “Verde querer”, y la “Noche grávida”, o “Una gota culminante”, son hazañas de la belleza que nos deslumbra y nos llevan a entender la significación de nuestros actos; son pinturas que nos piensan con fe. Por eso también nos azotan de dolor, para que cobremos conciencia de lo que ocurre. Su pincel es como un pájaro que intuye la tormenta, y alerta, o embiste como el Josco de Abelardo.

Cecilio nos presenta una naturaleza crucificada, pero lista para resucitar capaz de redimir a los pueblos. Si las palabras poetas son semillas del asombro e imaginación, las pinturas de Cecilio son otro poema milagroso en sus formas y colores, al presentarnos este vía crucis que nos concientiza; es un estallido de solemnidad, fiesta, ritual y amor que vaticina la buena lucha. La naturaleza es su altar y su calvario, hay que protegerla, aterrarla, levantarla. Su profecía es clara: la tierra nos resucita a todos, en el milagro de la vida; sin ella, agonizamos.

Pero estamos rodeados de peligros, profetiza el presente. La desolación del hombre ante una tierra agredida, es motivo para que Cecilio nos alerte y nos deje perplejos desde la belleza de su obra mensajera. Y sus angustias no son individuales, sino colectivas. Él capta la agonía y la esperanza de un mundo frente a los Monsanto destructores.

Estamos aquí, porque un artista nos pensó la patria y encontró en su lienzo el esplendor de la creación que encierra vida. Su pincel es un semillero que nos libera, recorre con imaginación formas y colores en un mundo real que nos agobia y nos conmueve. Sus pinceladas son como nubes de lluvia que se deslizan por los cielos anunciando vida. Y esas nubes de lluvia, de las que hacen nacer a las semillas, viven en los jóvenes agricultores; en su hijo agricultor y en los amigos de sus hijos, que saben que la tierra es la gran salvadora. Y es esa generación la que nos infunde un sentido de vida, porque vuelve a la tierra, a la raíz, al alimento. Porque él sabe que una tierra que no se siembra, es como un hijo que no se besa.

Parecen estas cruces producto de un sueño, porque nacen de la esperanza; no son cruces que castigan, sino que redimen, que aman esta tierra. Cruces que son como alas fecundas que vuelan como peces y se siembran en las estrellas.

Este vía crucis es un paso indispensable para la lucha, son cruces que no pesan, nos seducen, nos invitan a cargar el peso de esa cruz grávida, que sabe cargar las penas de los pueblos. Irónicamente el peso mayor consiste en no llevarla sobre nuestros corazones, que es la forma de cargarla. Es un canto a la vida.

Elsa Tió
2014

ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA es una exposición maravillosa, sobrecogedora por su color, por su formato, por el montaje, por la iconografía que manifiesta; pero sobretodo, por algo que es intangible, inefable… es ese factor X, secreto, del cual somos partícipes tanto los creadores como los espectadores, que es, LO MARAVILLOSO.

Antonio Martorell
2014

ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA

Citando a Wassily Kandinsky:

“Una obra de arte consiste de dos elementos: el interior y el exterior. El interior es la emoción en el alma del artista. Esta emoción debe tener la capacidad de evocar una emoción similar en el espectador”.

LHC: Realmente estamos hablando de esta exposición (la de Cecilio), igualmente.

LHC: ¿En qué consiste esta pintura que estamos viendo?

          En la ENERGÍA. Eso es lo que estamos viendo.

Luis Hernández Cruz
2014

ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA

En cada una de estas obras encuentro ese Cecilio obsesivo en el detalle, en el cuidado, en la técnica, en el trabajo, en ese cariño por la superficie, en ese empañetar el cuadro, en toda esa cosa plástica que se ve desde la primera obra, donde existe el cuadro en el centro y las cosas que lo rodean, que dan la forma de cruz.

Lo que he visto, y por supuesto que hay una cruz, pero lo que he visto es un cuadro que está aquí… y aquí hay otras cosas alrededor. Pero ese cuadro se ha elevado, se elevó el centro y fue caminando, y se encontró con atardeceres, y se encontró con ríos, y se encontró con nubes, y se encontró con luciérnagas, y se encontró con muchas cosas. Y ese cuadro fue flotando, flotando… como si fuera elevándose sobre todas las demás cosas.

En todo, en esta exposición, lo que he visto es una mariposa volando, es el cuadro con alas que va volando y que va pasando por diferentes lugares.

Carmelo Fontánez Cortijo
2014

Inquietud del ser por conocer el pasado y el futuro
Por: Abdías Méndez Robles
Mayo 15, 2014
visiondoble.net

Pienso que una obra de arte
debería dejar perplejo al espectador,
 hacerle meditar sobre el sentido de la vida.

Antoni Tàpies (1923-2012)

Las palabras del artista catalán Antoni Tàpies se ven reveladas en el contenido de la exposición Arqueología profética, del artista Cecilio Colón Guzmán. El título ya indica una dirección para el hallazgo que el espectador obtendrá en la exposición, al considerar que la arqueología es la ciencia que estudia todo lo que se refiere a las artes, monumentos y objetos de la antigüedad, el estudio del pasado de la humanidad, del dónde venimos, de escudriñar las huellas o la memoria histórica, pretendiendo conocer lo que fuimos. De ese pasado, el artista nos proyecta a los misterios del futuro, a lo profético, a ese don sobrenatural para conocer las cosas distantes y venideras. El artista detona la inquietud del ser por conocer ese incierto e inquietante futuro. Colón trata, desde este presente, de entender el sentido de la vida al conocer de dónde venimos y a dónde vamos. El artista, por lo tanto, incita al espectador a preguntarse: ¿quién soy? Cecilio levanta su discurso usando en la composición formas alusivas a la simbología de la cruz. Infiere cruces y, en el centro, un texto pictórico, con el que plasma su inquietud cuando expresa: “…tratar de comprender y reforzar las luchas y aportaciones positivas que muchos realizan con sus vidas, la mayoría de las veces por vías de sacrificios y privaciones personales y colectivas”.

Manipulando el color, el artista va creando ambientes que pueden impactar los sentidos y el ánimo, y logra captar la atención del espectador al estimular imágenes mentales, ya sea en la memoria colectiva como en la individual. Sutil y preciso, Colón penetra en el interior del razonamiento, con una iconografía cargada de emociones y pasiones, produciendo diferentes reacciones y sensaciones. Entra a descubrir, a hacer hallazgos arqueológicos en el espacio y en el tiempo de la memoria. Provoca una nueva conversación, ya sea de rechazo, indiferencia o de profunda inquietud de un mea culpa. Pero el texto pictórico lo deja abierto, esperando el resultado del futuro, dejando que cada observador sea su propio profeta.

La obra Arqueología profética fusiona el pasado, el presente y el futuro, al unir diferentes elementos. El artista usa como medio la pintura en acrílico, el papel, la madera y el plexy glass, dejándole al futuro este legado, una muestra arqueológica de los materiales del pasado y del presente en una misma composición plástica.

Interesante dicotomía presenta en la obra Demente claro. Sólo es suficiente un análisis superficial de los hechos terribles de la humanidad para diagnosticar su demencia, con igual participación de religiosos, ateos, escépticos y políticos. En una dirección opuesta, las experiencias de mentes claras en su espíritu, en su acción, en su entrega. Colón enfrenta dicotomías como luz y sombra, blanco y negro, materia y espíritu, el yin y el yang, arriba y abajo, que son sólo una muestra de la misma existencia.

Ser agua es una obra que demuestra un dominio del manejo del color, conjugando los colores fríos y los cálidos. Agua y tierra se ven emerger, como en la creación. El azul, como base, infiere el agua y ésta sostiene la composición, y la rodea a la izquierda y a la derecha, protegiendo el surgimiento de la tierra, de la vida. Es la creación misma en el centro de la obra y, en la parte superior, una abstracción de un todo infiriendo un cielo. Tres lienzos de azul, el agua, y uno en el centro, la tierra, aluden a la composición natural de nuestro planeta.

La exhibición Arqueología profética, resultado de diez años de carrera artística de Cecilio Colón Guzmán, se presenta en el Museo de Arte de Bayamón hasta septiembre de 2014. Para más información, pueden acceder a la página web del Museo.

Abdías Méndez Robles
2014

ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA

Por: Ángel Darío Carrero
Escritor
El Nuevo Día, Columnas, 12 abril 2014

El artista puertorriqueño Cecilio Colón Guzmán sorprende, luego de diez años de silencio, con una inquietante exposición en el Museo de Arte de Bayamón. Que coincida con la Cuaresma no puede ser más afortunado, pues lejos de una presentación tristemente repetitiva de la tradición, el artista asume la vocación actualizadora tanto del arte como de la fe.

Colón, discípulo de Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz, Susana Herrero y Luis Hernández Cruz, se acercará a la cruz como motivo fundamentalmente secular, pues no pretende, como dicta la tradición, escalar las estaciones que ejemplifican la humanidad del Cristo, sino ir más allá: dar expresión gestual, delicadamente libre y desenfadada, a los múltiples crucificados que pueblan la historia, subrayando el destino trágico que hemos brindado a la naturaleza.

Podría llamarse una exhibición religiosa en este sentido que muestra a los seres humanos y al cosmos re-ligados por el dolor, la explotación, la manipulación ambiental, las guerras, la desigualdad, el colonialismo, el fanatismo y otros infortunios nuestros. Colón adopta, para ello, no la figuración engañosa, sino la negatividad abstracta como forma del discurso.

Pero no hay que arribar a falsas conclusiones. Estamos ante un artista absolutamente comprometido, en la cada vez más rara coherencia, que funde, en un mismo movimiento, palabra y acción solidaria. No somos, pues, testigos de una cruzada existencialista contra los códigos de la esperanza, sino de una pedagogía profética que asume críticamente lo que es condición de la misma: aceptar la realidad, cargar la cruz, la torcedura subyacente a tantas realidades disimuladas en los eufemismos neoliberales de la actualidad; como si se quisiera, así, enmarcar la verticalidad y horizontalidad de nuevos destinos a la altura y dignidad de lo humano.

Ya intuimos en qué sentido esta exhibición es arqueológica. No porque recoja los restos del tiempo muerto, sino porque desenmascara una realidad radicalmente honda que todavía puja por vivir. El artista barranquiteño rechaza visceralmente la resignación ante el declarado fin de la historia. Opta, obtusamente, por un nuevo despertar de nuestra connatural responsabilidad ético-estética.

Del mismo modo, la muestra es paradójicamente profética, pues no se sitúa de cara a una larga promesa de futuro: postula tan solo un presente en el que se yergue una pequeña antorcha de luz en nuestras manos temporales. En su provocador Gólgota de cruces inconmensurables, el artista parece decirnos que no hay espacio en el escenario del cataclismo generalizado ni para la espera pasiva ni para la indiferencia inconsciente, mucho menos para la imbecilidad: la gota culminante lleva tiempo culminada.

El pintor se auto-comprende aquí como un arqueólogo que indaga en las profundidades de la historia, mendigando esa antorcha de luz que nos permita avanzar proféticamente a través de la nocturnidad de nuestro propio tiempo.

Los Cristos de aire surrealista que Colón había pintado en 2005, llamativamente, han desaparecido del paisaje multicolor. Quedan solos y al descubierto los polípticos cruciformes como huellas abstractas en las que la Humanidad y el cosmos se hermanan en un inédito caos de explosión poética. Lejos de clausurar el horizonte, estas huellas prefiguran universos inexplorados que laten a la espera de la mirada develadora de cada espectador en su hazaña intransferible.

Los títulos de las obras (Surco de nubes, Noche grávida, Doble juego, doble hazaña, Estrategia del milagro, Verde querer, Una gota culminante, Demente claro…) brindan gran belleza a la exhibición por la unidad interna que los imbrica y por su carácter quintaesenciado, apenas susurrante, tan lejos del tono coloquial o explícitamente socio-político de los planteamientos artísticos anteriores de Colón. De todos modos, la cruz no es el areópago propicio de los discursos, sino del silencio y de las palabras que brotan, destiladas, de esa íntima conexión, como testamento profético.

Las catorce obras formadas por múltiples “canvas” ensamblados en forma de cruz, remiten a las exploraciones al mismo símbolo de parte de Joseph Beuys, Antoni Tàpies, Eduardo Chillida o de un Barnett Neumann en sus famosas Estaciones de la cruz: Lema Sabachthani.

De modo simbólico, nos hacen pensar, igualmente, en las catorce obras monocromáticas de la capilla no confesional de Mark Rothko en Houston.  En Puerto Rico lo que más se adelanta a esta tesitura artística es la magnífica Galería de las tierras de Jaime Suárez.

Decantados por las aventuras inclasificables de la abstracción, lejos de toda filiación institucional explícita, todos estos artistas afirman la pertinencia de sus obras en el desarrollo de una estética contemplativa contemporánea que, lejos del intimismo escapista o de la prédica social embrutecedora, necesita enfrentarse de tú a tú con el escándalo histórico de la cruz, tanto personal como colectiva, como fuente de humanización y trascendencia.

El artista, el agricultor y el cantor se han unido en esta exhibición para abrir el surco histórico como camino develador de la solapada degradación de la humanidad y de la naturaleza. Pero el artista viene de vuelta de los avatares epocales: no cae en la trampa del discurso programado del desencanto. Sorprende a cada espectador dejándole insinuado –vocación seductora y no directiva del arte- el registro múltiple y seminal que puede tener, todavía hoy, el canto silenciado de la utopía.

Cecilio Colón Guzmán: Profético arqueólogo

«En eso se basa la grandeza, pienso yo, cuando un hombre trabaja cosas grandes y no se percata de ello porque está demasiado ocupado haciéndolas».

José M. Llompart
Refresco de Tamarindo, 2014

http://refrescoetamarindo.blogspot.com/2014/04/profetico-arqueologo-cecilio-colon.html.

LA ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA DE CECILIO COLÓN GUZMÁN

Por: Ángel Darío Carrero*

¡Aquí! ¡Qué luz tan extraña!
Quien hace luz es un dios.
Juan Antonio Corretjer

“Arqueología profética”, del artista puertorriqueño Cecilio Colón Guzmán, adquiere el título de un poema inédito del escritor Ángel Darío Carrero, que también abre paso a la exhibición que nos convoca en el Museo de Arte de Bayamón.

todo
lo creado
por el ser humano
a poco
que se pose
en la vitrina
de la noche
y
se derrame
la mínima luz
del foco del tiempo
            se revelará crucificado
también
este
poema
y
todo
lo que el ser humano
no ha creado

_________

El poema forma parte del libro en proceso, En espera del resto.
_________

Colón, discípulo de Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz, Susana Herrero, Luis Hernández Cruz y Luisa Géigel, se acerca a la cruz como motivo fundamentalmente secular, pues no pretende, como dicta la tradición, escalar las estaciones que ejemplifican la humanidad del Cristo, sino dar expresión gestual, delicadamente libre y desenfadada, a los múltiples crucificados que pueblan la historia, subrayando el destino trágico que hemos brindado a la naturaleza.

Podría llamarse una exhibición religiosa en este sentido marcadamente inmanente, que muestra a los seres humanos y al cosmos re-ligados por el dolor, la explotación, la manipulación ambiental, las guerras, la desigualdad, el colonialismo, el fanatismo y otros infortunios nuestros; y no tanto por remitirse, al menos primariamente,  a un destino trascendente, escatológico, ni siquiera ideológicamente (¿unívocamente?) utópico. Colón adopta, para ello, no la figuración engañosa, sino la negatividad abstracta como forma del discurso.

Pero no hay que arribar a falsas conclusiones. Estamos ante un artista absolutamente “engagé”, en la cada vez más rara coherencia, que funde, en un mismo movimiento, palabra y acción solidaria. Lo escuchamos desbordado en forma de canción rimada, siempre a la búsqueda de un otro sensible: “Mi canción sagrada/no se desvanece;/siempre crece y crece /reclamando altura, /buscando la anchura/del que se estremece”.

No somos, pues, testigos de una cruzada existencialista contra los códigos de la esperanza, sino de una pedagogía profética que asume críticamente –con esa madurez que brindan años de meditación a contracorriente en la faena del arte y de la vida– lo que es condición sine qua non de la misma: aceptar la realidad, cargar la cruz, la torcedura subyacente a tantas realidades disimuladas en los eufemismos neoliberales de la actualidad; como si se quisiera, así, enmarcar la verticalidad y horizontalidad de nuevos destinos a la altura y dignidad de lo humano. El artista nos dibuja con sencillez estos afanes interiores: “Mi canción conjura/lo que lleva adentro,/zumbando en el templo/de los que respiran/ráfagas candentes/de sueños de vida”.

Ya intuimos en qué sentido esta exhibición es arqueológica. No porque recoja los restos del tiempo muerto, sino porque desenmascara una realidad radicalmente honda que todavía puja por vivir, más allá de los límites divisados por todos. El artista barranquiteño rechaza visceralmente la resignación ante el declarado (¿interesado?) fin de la historia y de la naturaleza. Opta, obtusamente, por un nuevo despertar de nuestra connatural responsabilidad ético-estética.

Del mismo modo, la muestra es paradójicamente profética, pues no se sitúa de cara a una larga promesa de futuro: postula tan solo un presente en el que se yergue una pequeña antorcha de luz en nuestras manos temporales. Colón, en su provocador Gólgota de cruces inconmensurables, parece decirnos que no hay espacio en el escenario del cataclismo generalizado ni para la espera pasiva ni para la indiferencia inconsciente, mucho menos para la imbecilidad: la gota culminante lleva tiempo culminada.

En la línea de los expresionistas abstractos de la Escuela de Nueva York (Barnett Newman, Jackson Pollock, Clyfford Still, Mark Rothko) el pintor se auto-comprende aquí como un arqueólogo que indaga en las profundidades de la historia, mendigando esa antorcha de luz que nos permita avanzar proféticamente a través de la nocturnidad de nuestro propio tiempo.

Los Cristos de aire surrealista que Colón había pintado en 2005, llamativamente, han desaparecido del paisaje multicolor. Quedan solos y al descubierto los polípticos cruciformes como huellas abstractas en las que la humanidad y el cosmos se hermanan en un inédito caos de explosión poética. Lejos de clausurar el horizonte, estas huellas prefiguran universos inexplorados que laten a la espera, no de otro manido metarrelato, sino de la mirada develadora de cada espectador en su hazaña intransferible.

Los atinados títulos de las obras (Plano etéreo, Surco de nubes, Noche grávida, Doble juego, doble hazaña, Estrategia del milagro, Verde querer, Tercer descendiente, Una gota culminante, Demente claro…) brindan gran belleza y coherencia a la exhibición por la unidad interna que los imbrica y por su carácter quintaesenciado, apenas susurrante, tan lejos del tono costumbrista, coloquial o explícitamente socio-político de los planteamientos artísticos anteriores de Colón, que no siempre hacían justicia a su inquietante trabajo. De todos modos, la cruz no es el areópago propicio de los discursos, sino del silencio y de las palabras que brotan, destiladas, de esa íntima conexión, como testamento profético. Los títulos sugerentes, y no abusivamente explicativos, confirman la complicidad con el protagonista e intérprete último de la exhibición, que no es el artista ni su obra ni el albergue museográfico, sino el espectador anónimo, silente y peregrino. Colón parece adoptar aquella olvidada consigna de Joseph Beuys: “cada hombre (persona) es un artista”.

No hay que olvidar que Colón ha necesitado de una extrema concentración durante una década en su taller de Gurabo, situado en las inmediaciones de una finca labrada por él mismo, por su esposa y por sus hijos. Allí ha fraguado canciones con sabor a tierra y sueño y este conjunto de obras de largo aliento, al margen del ruido, de la prisa y del no menos cacareante mercado del arte. Allí se ha mantenido a la espera de una Hora propicia, no regida por el cronos monótono y predecible, sino por el kairós de un sentido esencial que le ha salido, finalmente, al encuentro.

Novedosa y arriesgada, formal y temáticamente, la presente propuesta visual mantiene intacta “la calidad técnica expresada en la terminación de las superficies” que ya había destacado Elizam Escobar (2001). Es evidente que hay un envolvimiento pleno, físico y emocional, desde los más ínfimos detalles: el artista mismo viste de tela los bastidores de madera; cubre de yeso cada poro de la misma para alcanzar una textura pretendidamente lisa; selecciona un color base que sirve tanto para uniformar como para dar la bienvenida “al azar en el accidente controlado” (que es como define su método instintivo de creación); finalmente, luego de un proceso errático e intenso, cuidadoso y detallista en el que intervienen la espátula, la brocha, el pincel y el rociador de agua, aplica cuidadosamente barniz, no solo para fijar, sino con la deliberada intención de uniformizar los brillos de los pigmentos. Tan solo este acercamiento, del todo somero, permite distinguir a Cecilio entre tantos artistas de la improvisación, pues él sí sabe que esta modalidad necesita del rigor ascético, de la disciplina, como condición de posibilidad. Es el viejo adagio teológico visto en acto: la gracia supone la naturaleza, también la gracia poética.

Esta exhibición da noticia de un artista reconciliado con la estructura de su propio método desestructurador: “Cada pieza es una aventura, un reto y una experiencia de experimentación, búsqueda y aprendizaje en el medio, el oficio y el concepto. Con los años uno va aprendiendo a conversar con la pintura, con el soporte, con las brochas y las espátulas; y aprende a reconocer signos y estructuras de un lenguaje personal y colectivo que facilita el entendimiento y la expresión. Esos signos y estructuras los voy observando, a veces por horas y hasta por días, y voy descifrando formas, siluetas y espacios que quedarán cual se formaron en el gesto original, o serán pronunciados, tapados, alterados o transformados durante un seguimiento de muchas horas de trabajo, posiblemente de múltiples capas de pintura, veladuras y transparencias. Entonces el caos original va tomando forma más definida, va evolucionando hasta un punto indeterminado, que viene dado a estar listo cuando quiera”.

Colón, como era de esperar, no está solo en su osadía. Las catorce obras formadas por múltiples canvas ensamblados en forma de cruz, remiten a las exploraciones al mismo símbolo de parte de un Joseph Beuys (Kreuz, Tate, National Galleries of Scottland), Antoni Tàpies (Cruz y tierra, Colección del artista), Eduardo Chillida, (Altar de la Cruz, Iglesia San Pedro en Colonia) o Barnett Neumann (The Stations of the Cross: Lema Sabachthani, National Gallery of Art, Washington). De modo simbólico, nos remite también, aunque en tamaño modesto y total colorido, a las catorce obras monocromáticas de gran formato de la Capilla no confesional de Mark Rothko en Houston, Texas.  En Puerto Rico lo que más se adelanta a esta tesitura artística es la magnífica Galería de las tierras (Kennedy Center, Washington) de Jaime Suárez. Decantados por las aventuras inclasificables de la abstracción, lejos de toda filiación institucional explícita, estos artistas afirman la pertinencia de sus obras en el desarrollo de una estética contemplativa contemporánea que, lejos del intimismo escapista o de la prédica embrutecedora, necesita enfrentarse de tú a tú con el espesor de la noche o con el escándalo histórico de la cruz, tanto personal como colectiva, como fuente de humanización y trascendencia.

En lo que seguramente es la exhibición más trascendental de la trayectoria de Cecilio Colón Guzmán, el artista, el agricultor y el cantor se han unido para abrir pacientemente el surco histórico como camino develador de la solapada degradación de la humanidad y del cosmos. Pero el artista viene de vuelta de los avatares epocales: no cae en la trampa del discurso programado del desencanto. Desde un sano realismo, sorprende a cada espectador dejándole insinuado –vocación seductora y no directiva del arte- el registro múltiple y seminal que puede tener, todavía hoy, el canto silenciado de la utopía.

BIBLIOGRAFÍA SUCINTA

Carrero, A.D., “Espejo de la poesía”, en Perseguido por la luz, Ed. Trotta, Madrid 2008.
Chillida, E., Escritos, Ed. La Fábrica, Madrid 2005.
Golding, J., Caminos a lo absoluto: Mondrian, Malévich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko y Still, Ed. FCE, México 2003.
Gooding, M., Abstract Art, Tate Publishing, Londres 2000.
Kandinsky, V., Concerning the Spiritual in Art, MFA Publications, Nueva York 2001.
Liessmann, K.P., Filosofía del arte moderno, Ed. Herder, Barcelona 2006.
Lipsey, R., The Spiritual in the Twentieth Century Art, Dover Publications, Nueva York 1988.
Mennekes, F., Joseph Beuys: Pensar Cristo, Ed. Herder, Barcelona 1997.
Rothko, M., Escritos sobre arte (1934-1969), Ed. Paidós, Barcelona 2007.
Tàpies, A., Arte y contemplación interiorReal Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid 1990.
Vega, A., Zen, mística  y abstracción: ensayo sobre el nihilismo religioso, Ed. Trotta, Madrid 2001.

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*Ángel Darío Carrero estudió teología sistemática, filosofía contemporánea y lenguas modernas en México, España y Alemania. Profesor universitario, periodista, guionista, crítico de arte, líder comunitario y uno de los más destacados escritores de la generación del 80 del Caribe contemporáneo. Ha publicado en la prestigiosa editorial española Trotta los libros Llama del agua (2001), Perseguido por la luz (2008) e Inquietud de la huella. Las monedas místicas de Angelus Silesius (2013). Es autor de la edición crítica del clásico puertorriqueño Canto de la locura de Francisco Matos Paoli (2005). Fue antólogo, junto a Mayra Santos-Febres, de la colección de relatos En el ojo del huracán (2012). Editó y forma parte del libro País nuestro. Crónicas puertorriqueñas de actualidad (2013), junto a los escritores Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega, Mayra Montero, Magali García Ramis y Edgardo Rodríguez Juliá. Como periodista fue galardonado en 2008 con el Premio Bolívar Pagán del Instituto de Literatura Puertorriqueña por sus entrevistas a figuras del ámbito cultural internacional, tales como José Saramago, Álvaro Mutis, Jane Goodall, Gustavo Gutiérrez, Rigoberta Menchú y Derek Walcott. La artista del libro Consuelo Gotay publicó Para que sepas (2012), con grabados inspirados en su obra poética. Su obra ensayística y poética ha sido publicada en parte al inglés, griego, holandés, alemán, francés e italiano. En 2012 la Feria de Guadalajara lo invitó a participar de Latinoamérica Viva, que convoca a los escritores más destacados del Continente. Actualmente es el presidente de la Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña y presidente de la Comisión para el Desarrollo Cultural de Puerto Rico.

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